miércoles, 1 de febrero de 2017

BIOLOGÍA SISTÉMICA

Rodrigo González, 2017.

BIOLOGÍA SISTÉMICA

La vida… ¡que misterio más hermoso! ¿Qué es la vida? Nos preguntamos intrigados y al ponerle atención nos encontramos con nosotros mismos.  ¡Que intrigante es entrar en una colonia de termitas, en el cuerpo humano o la complejidad del mundo microbiológico! es difícil no quedar sorprendidos. ¿Cómo hacer una ley sobre aquello que se mueve libremente? en tanto lo vivo se manipula se desvitaliza, y se escurre entre las manos como si intentáramos atrapar un soplo en el infinito.

Demos unos ejemplos para ilustrar lo complejo del tema. ¿Es el planeta un ser vivo? Y ¿Qué podemos decir de los virus o las células cancerosas? A simple vista decimos que una piedra en el suelo no tiene vida, pero podemos encontrar en ella multitud de microorganismos, considerando esto ¿Debemos considerar el medio intersticial entre las células como un medio vivo? Poniendo un ejemplo más ¿en qué momento el oxígeno pasa a estar vivo, cuando está cerca de nosotros, cuando lo estamos inspirando, cuando lo introducimos en el sistema circulatorio, cuando se incorpora en el funcionamiento celular o cuando pasa a formar parte de las estructuras celulares? Y ¿Qué podemos decir de los robots o los ciborg, están o no vivos?

                Vida: Organización y Ecología

En la historia de la biología ha existido una constante tensión entre el materialismo-mecanicista y el espiritualismo-romántico. El materialismo mecanicista de inspiración cartesiana entiende el organismo vivo como una máquina llena engranajes, poleas y estructuras hidráulicas. Y en base a dicha analogía sostiene que todas sus condiciones pueden ser predichas y determinadas por las leyes de Newton. En reacción al mecanicismo, los biológos vitalistas argumentaron que los organismos crean un ambiente interno que funciona con relativa independencia del medio externo, resistiendo la entropía química y las leyes newtonanas. Creen que cada ser vivo se desarrolla según su propio patrón interno, y no podemos manipular su patrón de desarrollo manipulando solamente variables externas (Capra, 1996).

La idea de un patrón interno proviene de la proposición romántica que declara que los seres vivos están constituidos por unidades estructurales y funcionales vivas de las cuales emergen estructuras mayores esencialmente homólogas a las unidades menores y que estas a su vez constituyen el organismo. Por ejemplo, la botánica demostraba que a medida que las ramas crecían se desarrollan ramificaciones menores homólogas a las mayores, o la teoría vertebral que mostraba el cráneo como una especie de vértebra metamorfoseada. Pero sin duda alguna, el mayor triunfo de esta perspectiva biológica es la teoría celular propuesta por los citólogos Schleiden y Schwann (Sánchez-Garnica, 2004). Todo organismo está constituido por unidades vivas más pequeñas, que siguen un patrón de interno que permite preservar la vida del ser como totalidad. A la vez, se presume que en general, toda célula proviene de otra célula, de manera que este patrón de desarrollo resulta heredable, replicándo dicho patrón a las siguientes generaciones.

Al comienzo el mecanicismo rechazó la teoría celular por considerarla un resabio del romanticismo. Esto, hasta que Claude Bernard demostró que una misma sustancia química, tiene resultados muy diversos en distintos organismos, es decir, una sustancia puede ser un remedio para un organismo y un veneno para otro, o incluso ser perjudicial para el mismo organismo en distintas condiciones. Por lo tanto, más allá de las condiciones externas, deben existir ciertas condiciones orgánicas intrínsecas al organismo que determinen la sensibilidad ante las condiciones externas. Teorizó que el líquido que baña las células, este citoplasma, funciona como un medio interno que unifica el funcionamiento de todas las células. Desde esta perspectiva, la enfermedad se puede entender de dos maneras: o como una alteración del medio interno, o como una alteración en la sensibilidad de las células a las condiciones de este medio interno. Lamentablemente Bernard pasó a la historia como el máximo exponente del positivismo en fisiología, quizás el ilustre fisiólogo no tuvo la audacia para superar un determinismo que desde un comienzo no tenía cabida en su teoría (Sánchez-Garnica, 2004).

Pero si toda célula proviene de otra célula ¿Cómo explicamos el origen de la vida y la inmensa diversidad de seres vivos? Recordemos que por ese entonces existía una controversia entre fijismo y evolucionismo. Inmerso en este clima cultural, Lamarck (1809) formuló su propia teoría de la evolución. Los fluidos internos presionan los tejidos que los contienen, según sea la necesidad del organismo. Así, por ejemplo, la jirafa adquirió su largo cuello por el deseo de alcanzar el follaje de los arbustos más altos. Seguidamente los naturalistas pensaron: “¿por qué algunos mueren y otros sobreviven? Y la respuesta era clara, el más adaptado sobrevive...” (Wallace, 1905), así la hipótesis de Lamarck fue remplazada por la selección natural, el organismo y el medio ambiente se encontraban implicados en un bucle de retroalimentación que los modifica mutuamente. Así por ejemplo, una especie puede seleccionar especímenes para aparearse con una característica particular que favorece la sobrevivencia en las condiciones ambientales que se encuentra, otros organismo en cambio toman un rol más activo modificando su entorno o seleccionando otros entornos más adecuados (Wallace, 1858).

Si Bernard y Wallace hubieran combinado sus teorías sobre el medio interno y el medio ambiente, habrían creado la teoría de sistemas con sus diversos niveles de organización. Debemos esperar hasta los aportes de Lawrence Henderson (1913) para comprender que la regulación del medio interno y externo están relacionados inseparablemente.

Primeramente Henderson estudió la sangre como un sistema físico-químico que gracias a la acción conjunta de los pulmones, los riñones y los glóbulos rojos lograba regular la razón ácido-base al interior del organismo. Luego Henderson (1913) se dio cuenta  de la importancia de las condiciones ambientales externas para mantener condiciones favorables para la vida, por ejemplo, la cantidad de carbono y oxígeno en el aire y el agua son factores decisivos para preservar el equilibrio entre ácido y base al interior del organismo. Todo indicaba que homeostasis y adaptación son un mismo proceso.



Una de las más interesantes propiedades de la vida es su tendencia a organizarse en distintos niveles de complejidad. El patrón vital se reproduce a distintas escalas en forma similar. Hasta hace algún tiempo no comprendíamos que si usábamos una escala de medición más pequeña, fijándonos en detalles más pequeños nos encontraríamos con un patrón fractal (Mandelbrot, 1967; 2007). Desde una perspectiva reduccionista, que se centra en estudiar los componentes de un sistema, nuestro cuerpo humano está compuesto por órganos, tejidos, células, moléculas, átomos, partículas subatómicas (y probablemente muchas otras partículas que aún se están descubiendo). Por otra parte, si lo vemos desde una perspectiva ecológica y orgánica, nuestro cuerpo es parte de una individualidad, grupo, sociedad, ecosistema, planeta, sistema solar, galaxia y cosmos (Solomon, Berg y Martin, 2013). Cada nivel de organización poseen enormes diferencias en sus formas de existencia, y al mismo tiempo son nosotros mismos.

Las próximas décadas, trajeron descubrimientos muy interesantes en el campo de la embriología, Driesch (Sunderland, 2007) logró producir erizos de mar diferenciados a partir de la sección y posterior unión de un blastómero de erizo de mar y Harrison (Buettner, 2007) fue capaz de generar órganos normales de anfibios intercambiando las células productoras de otros órganos del mismo animal en desarrollo. Esto demostraba dos cosas: que a partir de un conjunto indiferenciado de células se produce la inmensa diversidad de células y tejidos del organismo; y que no es la célula individual sino el campo celular el que poseen el patrón de desarrollo que modela la epigénesis de los órganos y organismos. Paralelamente, los ecólogos comenzaron a estudiar los ciclos tróficos contemplando las interdependencias nutricionales entre los distintos organismos y el medio físico como un ecosistema (Armenteras, González, Vergara, Luque, Rodríguez y Bonilla, 2016)



Todo revelaba que la vida en cada uno de sus niveles de complejidad se desarrollaba y organiza como una red o trama de procesos más que como procesos aislados e intrínsecamente diferenciados, por ejemplo, la célula de desarrolla en un campo celular y el organismo en un ecosistema.

A raíz de estos descubrimientos los científicos comenzaron a buscar modelos matemáticos que permitieran comprender la lógica inherente a las redes celulares y ecosistémicas. En esta dirección, McCulloch y Pitts (1943) demostraron que la actividad nerviosa respondía como complejos modelos en red de lógica binaria. Algunos de estos modelos neuronales incluían series de reacciones en cadena y bucles de retroalimentación donde las últimas reacciones influían en las primeras. Seguidamente, los científicos se propusieron crear modelos reales capaces de autorganizarse y asumir todas las funciones de un ser vivo. Desde entonces, el progreso de la cibernética y la teoría de las comunicaciones aplicadas al estudio de la vida y la mente, vienen imponiendo serios desafíos a la biología y las ciencias sociales.

Inicialmente, de mano de Norbert Wiener, John von Neumann, y Shannon la cibernética surge como una rama de las matemáticas que se encargaba de describir y diseñar sistemas recursivos de información que lograran – al igual que los seres vivos - la autoorganizar su estructura, por medio de procesos de optimización en la comunicación, la retroalimentación y la autoreplicación. Se trata de una disciplina transdisciplinaria que involucra a la biología la psicología, la neurociencia, la electrónica, la mecánica, la informática, etc (Wiener, 1964).

Hoy por hoy, los avances de la cibernética y ciencias afines están imponiendo nuevos y serios retos. Por ejemplo, los seres humanos durante toda la historia han buscado diferenciarse de los “animales” y del “mundo inerte”, pero los cibernéticos por el contrario, se atreven a crear un paralelo entre la mente humana y las computadoras, lo que nos retrotrae a las metáforas del mecanicismo cartesiano. ¿Somos sofisticadas máquinas procesadoras de información capaces de autoreplicarnos? Entonces ¿Cuál es la diferencia entre la materia innerte, el humano? Las diferencias parecen difuminarse al proyectarnos al futuro y entra en cuestión la adecuada articulación entre los humanos y las máquinas.

Al reflexionar sobre estas grandes tendencias recodamos las advertencias que Norbert Wiener (1964) menciona en su obra “Dios y Gólem”, respecto al avance de la tecnología y el peligro inminente que representa. Wiener explica que las máquinas por medio de procesos de aprendizaje y autoreplicación toman parte de procesos ontogenéticos y filogenéticos propios de la espiritualidad humana. El argumento sobre la creación de un ser hecho a imagen y semejanza del creador, evoca la relación de la criatura humana con Dios. La criatura –y en este caso la máquina- puede revelarse contra su creador al desarrollar una peligrosa sagacidad que puede terminar remplazando mayoría de las actividades humanas, o incluso pueden llegar a subordinarnos. Como advierte Wiener, no debemos permitirle a las maquinas tomar decisiones importantes, puesto que nunca tendrán cualidades humanas como la compasión y la sabiduría. El problema es que, la lógica macroeconómica empuja los avances científicos y técnicos sin ningún límite, pero el desarrollo de una conciencia crítica a nivel microsistémico no le sigue el paso. No es mi objetivo asustar al lector, sino mostrar como el exponencial desarrollo de las redes informáticas, el desarrollo de la inteligencia artificial, la nanotecnología y la biotecnología, dirigen nuestro destino hacia una era de máquinas con habilidades espirituales (Kurzweil, 1998).

Durante los años sesenta, mientras los cibernéticos discutían sobre cómo los robots y computadoras podían simular formas de vida, surgen dos grandes descubrimientos que revolucionaron la forma en que entendemos la vida. Cuando Schrodinger (Castro, 2004) se pregunta ¿Qué es la vida?, le intrigaba entender cómo hacen seres vivos como los humanos para mantener y aumentar un orden interno, a pesar de la entropía que debería reinar en su cuerpo. Propuso dos alternativas: o los seres vivos logran mantener su orden a expensas del orden de otro orden o logran generar orden a partir del desorden.

La forma más evidente en que los seres vivos extraen orden del orden lo encontramos en los procesos alimenticios, cuando los organismos toman el orden encontrado en los nutrientes para enriquecer su propia estructura, otra parte del orden encontrado en los nutrientes se convierte en energía discipada o es desechada al medio ambiente, entonces ¿No debería cambiar la estructura de los organismos cambiar constantemente o disolverse por la discipación de energía? Pero esto no ocurre, por lo general los sistemas vivos logran mantener su estructura general incluso por varias generaciones.

Pocos años después se descubriría una estructura relativamente estable al interior de las células de donde los seres vivos podrían extraer su propio orden y heredarlo a las futuras generaciones, el famoso patrón interno del que hablaban los románticos. Estamos hablando de descubrimiento de la estructura del ADN. Watson y Crick habían descubierto una estructura muy compleja capaz de desencadenar procesos bioquímicos que transforman los nutrientes en una estructura biológica determinada y generar los procesos catalíticos que perpetúan su propia estructura (Castro, 2004). El ADN vino a significar el sustrato común que nos permite identificarnos con nosotros mismos, con nuestra especie humana y sentirnos con todo derecho parte de los procesos vitales de nuestro planeta.

Se había encontrado el sustrato de la estructura, pero aun no estaba claro cual era el proceso que sustentaba dicha sustancia. Por una parte, a Crick (1981) le parecía una especie de “milagro” que la vida haya podido organizarse de materia inorgánica para conformar una doble hélice tan asombrosamente compleja como el ADN y todos los procesos que la sustentan. Por otra parte, el descubrimiento del ADN solo aclaraba como las estructuras podían mantenerse y la selección natural solo explicaba como los genes y estructuras eran eliminadas, pero no explicaba cómo las estructuras biológicas podían evolucionar en nuevas formas de organización. Monod (1989) había demostrado que la deriva génica era un principio gobernado por el azar, que los cambios eran indeterminados, entonces ¿Cómo podía generarse orden a partir de ello? También son fortuitas las mutaciones genéticas ¿Es acaso la misma entropía y la indeterminación cuántica las que gobiernan el curso de la evolución?



Según las leyes de la termodinámica, hay una tendencia al desorden al interior de los sistemas cerrados. Desde la cibernética la disipación de energía se había asociado ruido y por tanto a una transmisión ineficiente de la información que haría imposible el desarrollo de la vida. Prigogine  (2008; 1991; 1997; Prigogine y Nicolis, 1977; Prigogine y Stengers, 1984) dedicó su investigación a dilucidar cómo hacían los organismos para mantener sus procesos vitales en un estado de no equilibrio térmico. Partió observando sustancias químicas a las que les administraba distintas dosis de calor. A medida que inyectaba calor en la sustancia las partículas se movían en forma errática, pero llegaba un punto donde la disipación de calor generaba en la materia la organización súbita de una estructura de sorprendente orden. Prigogine decidió llamar a dichas formas emergentes del caos  como estructuras disipativas. Se dio cuenta que la forma de estas estructuras no eran predecibles y se hacía cada vez más difíciles de repetir. Más aún, se percato que una vez que las estructuras disipativas alcanzaban un estado estable podían evolucionar, es decir, cuando el flujo de energía en ellas aumentaba, pasaban por distintas etapas de inestabilidad y saltos a nuevas formas de organización que aumentaban progresivamente su complejidad.

Prigogine había desarrollado una nueva termodinámica que describía la autoorganización en sistemas abiertos lejos del equilibrio. Por fin se contaba con un modelo teórico que explicara cómo los organismos vivos mantienen una estructura general relativamente estable a pesar del incesante flujo y cambio de componentes. Las formas de vida son islas de orden en un mar de desorden y aumentan su orden a expensas del creciente desorden de su entorno. Así se resolvía la paradoja entre biología y física, cuanto más alejado del equilibrio está un sistema, mayor es su complejidad y exhibe un comportamiento más parecido al de coherencia cuántica, es decir, es mayor su grado de no-linealidad.

Posteriormente, los cibernéticos se sorprendieron al descubrir que distintos modelos como las redes binarias y los autómatas celulares estimulados al azar empezaban a responder según patrones ordenados y predecibles en términos de ecuaciones no-lineales similares a las encontradas por Prigogine (Kauffman, 1991; Varela, Maturana y Uribe, 1974).  Los sistemas en red retornan cíclicamente a un estado previo. Cada uno de estos ciclos o atractores difieren en longitud: los ciclos largos, también llamados atractores caóticos, son extremadamente sensibles a pequeñas perturbaciones, lo que les hace casi imposible mantener su organización; en cambio  cuando el ciclo es muy corto parece muy ordenado, pero las perturbaciones son muy aisladas y no permiten que el patrón se propague en el sistema. Al parecer, los sistemas vivos existen en atractores de longitud media que comienzan a coordinar o acoplar su funcionamiento, en una zona limítrofe entre orden y caos (Capra, 1999).

Es importante entender que los organismos, las células y todas las sustancias que componen la vida tienen  una existencia multidimensional y también pueden estar sujetas a las leyes de la física cuántica. En general los físicos creían que los efectos cuánticos no podían ocurrir a temperatura corporal, sin embargo, las últimas evidencias permiten dudar de esta conclusión. Las simulaciones por computadora sobre sistemas a temperatura corporal, han mostrado que algunas partes de un sistema pueden permanecer en coherencia mientras otras caen en comportamiento clásico. Específicamente, se está estudiando la capacidad de las proteínas para entrar en coherencia y la capacidad de las células para dar coherencia a la osmosis de agua, cuando estos procesos se apoyan en el transporte de electrones. Como mostraremos más adelante las neuronas también tienen un comportamiento cuántico. E incluso, las simulaciones han demostrado cómo que el ADN funciona como una red autorganizadora, pues en general, los genes funcionan en forma interdependiente e indeterminada, por ejemplo, muchas series distintas pueden producir la misma proteína y unos genes solo se activan estando activados otros. Todas investigaciones que han abierto los horizontes para comprender la participación de los procesos concientes en la epigenética (Kauffman, 2013; Ho, 2008; Ho, 1996; Ho, 1984).
Como explica Stuart Kauffman (2016; 2013; 2008; 2003; 1993; 1999). Investigaciones: complejidad, autoorganización y nuevas leyes para una biología general. Tusquets Editores., la autorganización es una fuerza muy importante del universo que se esconde tras el aparente azar, la vemos en los copos de nieve, en los remolinos de agua y en toda la naturaleza. Algo interesante en este principio es que da por superado el evolucionismo a ultranza, que afirma la acumulación gradual de cambios como la única explicación para el aumento de complejidad biológica.  De hecho, desde hace tiempo se sabe que la evolución biológica no siempre es gradual, por el contrario es común encontrar saltos abruptos a nuevas formas de organización (Gould y Eldredge, 1972).

Para comprender cómo logran autorganizarse los sistemas es importante advertir un principio biológico más, el principio de coevolución. Es difícil que el ADN pueda replicarse por sí solo, necesita de un sistema de moléculas que se organice en múltiples bucles. Para conformar un organismo pluricelular se necesita el acoplamiento de una diversidad de células. Para articular una comunidad biológica se necesita la cooperación de una multitud de organismos y para mantener la vida en el planeta se necesita la cooperación de toda la biota y su entorno.

Como demuestra el experimento de Miller y Urey, es posible generar compuestos orgánicos a partir de materia inorgánica, pero que estas moléculas se organicen en una célula resulta un proceso mucho más complejo (Lazcano, 2008; Orgel, 1988). Como propuso Manfred Eigen (Kauffman, 1991) el origen de la vida podría ser resultado de un proceso de autoorganización molecular en sistemas químicos alejados del equilibrio, que involucra múltiples ciclos de retroalimentación. Cada ciclo tiene a la base un catalizador, es decir, una sustancia química capaz de propiciar una reacción química sin necesidad de cambiar su estructura. En el experimento clásico, se introduce en un tubo de ensayo nucleótidos libres, la enzima replicasa como catalizador y una dosis de energía. Eigen descubrió que la disipación de energía permite entrelazar los ciclos catalíticos para formar hyperciclos capaces de autorreproducirse, dando sustento a un ARN primitivo (Kauffman, 1991). La verdad no lo sabemos, pero es muy probable que previamente, se hayan formado las primeras membranas formadas por lípidos que contenían moléculas orgánicas en solución y que el interior de estas membranas hubiera sido el asiento de estos hiperciclos.

El mundo microbiológico es un mundo asombroso donde la recombinación de ADN y las mutaciones genéticas están a la orden del día, así los microbios logran adaptarse rápidamente al ambiente y combinar sus características (Margulis y Sagan, 1986). Al comienzo, los microbios no contaban con organelos diferenciados, de hecho, aun hoy, existen muchos organismos procarionte que no tienen un núcleo. Nos preguntamos entonces ¿Cómo lograron desarrollar organelos? Lynn Margulis ha iluminado una alternativa impresionante, la simbiogénesis permite a las bacterias unirse entre sí en relaciones simbióticas para formar un nuevo ser. Por ejemplo, en cierto momento ciertas algas azúl-verdosas fueron fagocitadas por otros microorganismos pero lograron sobrevivir a los procesos de digestión, y con el tiempo pasaron a desarrollar una simbiosis tal que pasaron a conformar cloroplastos, luego colonias de estos organimos se asociaron entre sí para formar las distintas estructuras vegetales. Algo similar debió ocurrir con las mitocondrias, cuando un ser unicelular incorporó en su funcionamiento otras bacterias aeróbicas (Margulis, 1998; Margulis, 1970; Margulis y Sagan, 1986; Margulis y Sagan, 1986; Margulis, Sagan y Eldredge, 1995).
  


Nos preguntamos por tanto, ¿Ocurrirá lo mismo en nosotros, los organismos multicelulares? Es evidente que las mutaciones no son métodos efectivos para organismos pluricelulares como los humanos (de hecho sulen asociarse a enfermedad), la rápida proliferación solo se observa en organismos más pequeños como los insectos, los organismos pluricelulares tampoco suelen intercambian genes como las bacterias. Entonces ¿De qué manera han evolucionado los organismos multicelulares? Como explica Margulis, lejos de haber superado evolutivamente los microrganismos, nuestro organismo es un caleidoscópico mosaico de microrganismos, un pequeño universo donde habita una multiplicidad de organismos acoplados simbioticamente. Lo vemos desde el mismo comienzo de nuestras vidas cuando la meiosis permite una especie de intercambio de genes entre nuestras células y luego los gametos formados por cada organismo, óvulo y espermatozoide, se unen para formarnos (Margulis, 1998; Margulis, 1970; Margulis y Sagan, 1986; Margulis y Sagan, 1986; Margulis, Sagan y Eldredge, 1995).

Si nos trasladamos a una escala aun mayor descubrimos otro principio aun más sorprendente, así como los microorganismos son parte de nosotros, nosotros somos parte de un organismo mayor llamado Gaia (Lovelock, 1985; 1993). Nuestro planeta Tierra como un todo es un ser vivo compuesto por la biota (animales, vegetales, humanos, microrganismos, etc.) y la biosfera (suelo, océano, atmosfera), elementos que se retroalimentan de manera automática, para mantener condiciones bioquímicas favorables para la vida del planeta, el ser humano es parte de este proceso, pero lo lleva a cabo en forma inconciente. Como ha revelado la ecología, los seres vivos y sus ecosistemas están tan interconectados que se llega a un punto donde se vuelve difícil distinguir un ser vivo de un ente inerte.

Lovelock y Margulis, nos invitan a mirar con atención nuestros océanos, nuestra tierra y nuestra atmósfera, así como nuestra flora y fauna, y a percatarnos como continuamente el mundo biológico regula la Tierra mediante una ciclos físico-químicos que se organizan en complejos sistemas en red (ciclo del oxigeno, del nitrógeno, del azufre, etc.). La fotosíntesis, la fermentación y la respiración regulan las concentraciones de oxígeno y carbono en el aire, hay otros procesos que logran fijar el nitrógeno a la tierra, o que se encargan de descomponer moléculas complejas, etc y en todos estos procesos se ven involucrados procesos geológicos, atmosféricos, bacterianos y humanos. La simbiogénesis y la hipótesis Gaia han sido descubrimientos revolucionarios para la ciencia, que nos ha concientizado sobre la importancia de cuidar nuestro entorno y la importancia de tener una actitud más humilde frente a la naturaleza.

La verdad es que el ser humano es una de las criaturas que más depende de su entorno para vivir, dependemos de nuestros alimentos, del aire, de nuestras madres cuando somos bebés, y ahora podemos agregar nuestros medios de transporte y telecomunicaciones. De forma similar a como las abejas han incorporado los panales en el mundo biológico, el ser humano ha incorporado su tecnología a la naturaleza.

Julian Huxley (1957) pronosticó que el avance de la ciencia y la tecnología aumentarían las expectativas de desarrollo mental, físico y espiritual, tras lo cual, esperaba la llegada de un transhumanismo que determinará el futuro curso de evolución del universo. Ray Kurzweil (1998) describe un mundo futuro poblado por ciborg donde no podamos distinguir a la máquina del ser humano, las mentes humanas e inteligencias artificiales se encontrarán interconectadas en red, de manera que el mundo estará poblado por programas en línea que podrán manifestarse tomando el control de distintos cuerpos, además, gracias al avance de la nanotecnología podrán descomponerse y componerse en cualquier lugar, todo el conocimiento se encontrará disponible en forma instantánea por todos los seres concientes y el mundo virtual será tan familiar como nuestras percepciones cotidianas. Para ese entonces, nuestra tecnología permitirá que pequeñas colonias de ciborg pueblen todo nuestro sistema solar y quizás nuestra galaxia. ¿Estamos hoy llegando a un encuentro entre mecanicismo y romanticismo?


En este punto cabe preguntarse, ¿hasta qué escala podemos llevar nuestra reflexión biológica? “¿Es el sistema solar una red autopoiésica? ¿Y la galaxia? ¿Y qué decir del universo como un todo? ¿Está vivo el universo?...” (Capra, 1996). Pensemos solo un poco, nuestros vegetales necesitan del sol para vivir, algunos de los grandes saltos evolutivos partieron por influencia extraterrestre, por ejemplo, la panspermia facilitó el surgimiento de la vida y un gran meteorito causó la extinción en masa de los dinosaurios. Después de todo, no es tan extraño pensar la vida como un fenómeno cósmico, además, es muy posible que la vida extraterrestre sea mucho más común que lo que pensábamos.

Cibernética de segundo orden y neurociencia
http://vidaculturaycosmos.blogspot.cl/2017/02/cibernetica-de-segundo-orden-y.html

Morfoestásis y Morfogénesis
http://vidaculturaycosmos.blogspot.cl/2017/02/morfoestasis-y-morfogenesis.html


Relación Mente-Cuerpo en la Parapsicología

Salud Integral, Medicina Complementaria y Bienestar Subjetivo


Bibliografía


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