miércoles, 1 de febrero de 2017

Morfoestásis y Morfogénesis

Rodrigo González, 2017.
Morfoestásis y Morfogénesis

Quizás una de las ideas que pueden ayudar a integrar esta enorme cantidad de antecedentes, es la concepción del cosmos como un flujo de información que configura distintos sistemas en interacción, por lo mismo considero importante, que una vez expuesto el complejo desarrollo de la biología actual, se bosquejen el funcionamiento de los procesos de morfoestásis y morfogénesis de los sistemas.

Partamos explicando cómo logran mantenerse los sistemas. Ludwig Von Bertalanffy (1976), el biólogo fundador de la teoría general de sistemas, planteó que los seres vivos deben ser considerados sistemas abiertos que intercambian materia y energía con el medio ambiente, ya que esta condición les permite auto-organizarse y adaptarse constantemente a las condiciones del medio. Argumenta que si los seres vivos fueran sistemas cerrados se degradarían por la entropía.

En sentido contrario, Maturana (Maturana y Varela, 1992), sostiene que los seres vivos son un tipo particular de sistema cerrado, llamado sistema autopoiético, un sistema que es determinado por su estructura, produciéndose continuamente a sí mismos. Si bien, los sistemas autopoiéticos, interactúan con el medio, las respuestas que dan frente a este son determinadas por su propia organización, con el objetivo de producirse continuamente a sí mismos por medio de procesos filogenéticos y ontogenéticos.

Una teoría parecida es planteada por el biólogo Rupert Sheldrake (1994); similar en cuanto a la autodeterminación del sistema, diferente a cuanto los procesos que lo permiten. De acuerdo a su entendimiento, los sistemas, en sus distintos niveles de organización natural, funcionan según sus propios campos mórficos. Los campos morfogenéticos son campos que almacenan información sobre regularidades, una especie de memoria integrada sobre hábitos del sistema, a la vez, a partir de esta información se aplican leyes que rigen el funcionamiento del sistema.  Cabe destacar que este mecanismo permite explicar la evolución simultánea de sistemas que no se encuentran en interacción (algo que no lograba explicar la teoría de Maturana).

Ilya Prigogine (2008) propone una tercera posibilidad acerca de cómo emergen y se mantienen los sistemas. Según la teoría de las estructuras disipativas. La disipación de energía y de materia, en regiones cercanas al equilibrio se asocia a la noción de desorden, sin embargo, lejos del equilibrio la disipación es una fuente de orden, a expensas un aporte continuado de energía externa al sistema. La máxima complejidad de un sistema antes de hacerse inestable vendría determinada por la velocidad de comunicación.

Resumiendo: según la teoría general de sistemas, la organización es fruto del intercambio recíproco de energía con el medio; en el caso de la biología del conocimiento, un sistema autopoiético puede conservar una estructura absorbiendo la energía de su medio permanentemente; en cuanto a las estructuras disipativas estas se mantienen por la disipación de energía; en el caso de los campos mórficos no requieren energía para almacenar información, pues para mantener el sistema, no se requiere más que su funcionamiento.

Hasta el momento, hemos  visto cómo se mantienen los sistemas, aun es importante explicar cómo evolucionan, es decir, la morfogénesis. Sobre este punto, vale mencionar al menos tres tendencias teóricas: la evolución ascendente, la evolución horizontal y la evolución cíclica.



Wilber (1999), Cowan y Beck (1996) son algunos de los autores que pueden integrarse dentro del modelo de dinámica espiral han estudiado una serie de patrones evolutivos de los sistemas humanos (individuos, grupos y sociedad), que ordenan progresivamente una serie de valores sucediéndose unos tras otros en una movimiento que describe la emergencia de los distintos sistemas anidados de acuerdo a los sistemas de valores y visiones de mundo propios de cada uno. Según Ken Wilber cada fase emerge holoárquicamente, de modo que cada holón subordina o incluye a sus antecesores. Cada nuevo nivel emergente de la evolución tiene mayor profundidad y menor amplitud. De modo que el cosmos se vuelve progresivamente más complejo, más diferenciado en cuanto a la autonomía de sus subsistemas, y más integrado en su orientación teleológica.

Según esta visión, el cosmos se constituye como un conjunto de estratos sistémicos de diversos niveles de complejidad. Mientras mayor es el nivel de complejidad de un sistema, mayor es el nivel de energía que se requiere para organizarlo, quedando menos energía potencial disponible para subordinar otro sistema de menor complejidad. Por otra parte, los sistemas con menor nivel de complejidad tienen un mayor potencial de energía disponible, lo que les permite subordinar a los estratos sistémicos de mayor complejidad. A la vez, todo sistema en cada nivel de complejidad tiene su correspondiente forma de conciencia, que le permite al sistema comprenderse, organizarse, dirigirse y regularse a sí mismo. La conciencia funciona subordinado a un sistema con un nivel de complejidad mayor  y supraordenado a un sistema con nivel de complejidad menor generando fenómenos de recurrencia informática.

Pero, como recuerda la teoría de las estructuras discipativas, no solo son relevantes los procesos de cosmogénesis en la evolución de los sistemas, además es necesario comprender la caosgénesis, la evolución del desorden, lo ambiguo  y lo incierto. Como expresa Edgar Morin (1994), nuestro mundo fenoménico es mucho más complejo de lo que pretenden los modelos que jerarquizan la realidad. Las nociones espirituales superlativas que tiende hacia el infinito no pueden ordenarse en un sistema lógico, y cualquier derivación lógica de dichas proposiciones son meras apreciaciones que reflejan sentimientos de reverencia frente a una realidad que supera nuestra capacidad (Wiener, 1964). Jorge Ferrer (2003) por cautela y respeto, prefiere  calificar todos estos términos superlativos como “Misterio”, ya que los califica como intrínsecamente indeterminados.

Morin (1994) explica que el mundo científico-materialista, privado de un Dios, en quien no podían creer más, sintió la necesidad inconsciente, de verse reasegurado, de saber que había “algo perfecto y eterno: el universo mismo”, una nueva especie de panteísmo. De ahí, surge el paradigma de la simplicidad,  y su necesidad de poner orden a los fenómenos, desvelando la “simplicidad escondida detrás de la aparente multiplicidad y el aparente desorden de los fenómenos”, distinguiendo y jerarquizando. Al mismo tiempo, nace la necesidad de rechazar el desorden, la complejidad intrínseca a la realidad.

La complejidad sistémica –según Morin- es un tejido de constituyentes inherentemente asociados. Por lo tanto, para comprenderla se requiere un nuevo paradigma, el pensamiento complejo trans-disciplinar, que no jerarquiza los distintos sistemas de valores y visiones de mundo. Dos propuestas en este sentido, se puede considerar la teoría de redes sociales de Moreno y la teoría de Bateson.

Moreno (1954) fue un pionero en la investigación de los sistemas en red,  comprendidos como un conjunto de nodos vinculados que gravitan la dinámica que conforma los subsistemas. La evolución del subsistema, es definida por el proceso de comunicación y de intercambio entre las partes, lo que a su vez da cuenta de macro-estructuras que asignan roles específicos a cada uno de los elementos que interactúan en escena.

Según Moreno, cuando una matriz vincular se estructura rígidamente, no permite una creativa y espontánea articulación de los recursos (energía,  información, etcétera), entorpeciendo el sano desarrollo de los subsistemas. Por el contrario, cuando se renuevan las matrices vinculares, se puede mejorar la articulación de los subsistemas en red, promoviendose el desarrollo de ciertas etapas: En un comienzo se desarrolla una relación de dependencia, luego surge una relación basada en la subordinación, para terminar en una relación de más horizontal de independencia (Reyes, 2005).

Según Bateson (1998) el desarrollo de los sistemas implica verse involucrado en cadenas progresivamente más complejas de determinación. De acuerdo con la propuesta de Bateson: los cambios de 1er orden implican pequeños cambios en el funcionamiento del sistema, sin implicar la estructura relacional con el medio. Los cambios de 2do orden, involucran los subsistemas en función de un propósito mayor, lo que implica cierta comprensión del sentido de pertenencia a cierto entorno, y una mayor apertura frente a otras formas de funcionamiento. Y en los cambios de 3er orden, el sistema es capaz de observar su propio proceso y comprender su contribución en la lógica general de los sistemas en que participa, pudiendo reorganizarse creativamente, trascendiendo su propia estructura relacional por medio de sucesivos procesos de descentración.

La teoría del proceso ofrece una tercera alternativa sobre la evolución de los sistemas, una teoría de tipo cíclica, que toma como metáfora al campo electromagnético. La teoría del proceso afirma que el universo es un proceso creativo de aprendizaje, mediante el cual “Dios llega a conocerse a sí mismo”. Young (1976), compatibiliza las realidades invisibles y visibles, en un ciclo permanente de descenso y posterior asenso. A medida que se desciende aumenta el nivel de concreción y se pierde progresivamente la libertad. En seguida, a medida que se asciende aumenta progresivamente el nivel de conciencia, recuperándose el grado de libertad. Basados en la teoría de Young, los sistemas pasan al menos por cuatro fases de aprendizaje: una primera fase de crecimiento en que predominan reacciones inconscientes; una segunda fase de madurez donde prevalecen acciones de tipo inconsciente; una tercera etapa de colapso en que se logran reacciones conscientes; y una última etapa de re-organización donde predominan acciones conscientes (Grof, 1988).

Cuando Dennett (2007) y Dawkins (2006) cuestionan la hipótesis del diseño inteligente preguntan “¿Quién diseñó al diseñador?...”. pero los argumentos de estos autores caen en un prejuicio, el creer que Dios debe necesariamente ser un ser acabado antes de la creación y no considera los nuevos desarrollos desde la teoría del proceso que considera a Dios como un ser inacabado que se desarrolla junto con su creación. Estudiando el curso de la biología de sistemas nos hemos dado cuenta que el materialismo mecanicista había deshumanizado el cosmos considerándolo como una máquina inerte, por otra parte, el movimiento transpersonal toma un rumbo argumental opuesto y humaniza el cosmos llenándolo de vida y libertad. Básicamente, toda esta controversia radica en un tema de perspectiva. Como explica Kauffman (2008), si aceptamos a los procesos biológicos como espirituales, esto tiene un impacto simbólico muy potente, que nos puede llevar a tener mayor respeto con los seres viviente y más cuidado con nuestro planeta. Depende de nosotros decidir de qué lado queremos estar.

BIOLOGÍA SISTÉMICA
http://vidaculturaycosmos.blogspot.cl/2017/02/biologia-sistemica.html

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