miércoles, 1 de febrero de 2017

Arquitectura y Urbanismo

Rodrigo González, 2017. 
Arquitectura y Urbanismo

La arquitectura y el urbanismo parecen una actividad en apariencia ajena a toda espiritualidad, pero si revisamos la historia notamos que las distintas estructuras se han movido según las fluctuaciones del espíritu humano. Por una parte, es importante reconocer que toda actividad constructiva se sostiene en conexiones simbólicas subyacentes, pues todo arquitecto es un ser humano con sentimientos y experiencias que se proyectan conciente o inconcientemente en sus obras, por otra parte, tampoco podemos obviar que las estructuras influyen en los estados psíquicos de quenes los habitan.

Cuando una persona está en su habitación o caminando por la ciudad no solo desarrolla su vida en su espacio físico inmediato, no limita su interacción al dominio perceptual que lo contorna, además de ello orienta su actuar en un un “espacio mítico” -me explico-, en un campo de conocimiento tácito más amplio y profundo: una localidad, un país, un planeta... y en definitiva en un orden cosmológico completo, que puede integrar formas sutiles de existencia. Y como la configuración de la arquitectura y el urbanismo tienen su correspondencia con las coordenadas cosmológicas en que se desenvuelve el espíritu humano, debemos comprender dichas disciplinas dentro de una tendencia más general, orientada a transformar los espacios físicos, dándoles un significado humano y funcionalidad vital.

Puesto que el ser humano no puede desprenderse de su impulso primigenio por integrase con su naturaleza, para vivir en un hábitat antinatural, sin comprometer la calidad su vida, se entiende que toda arquitectura es en cierta medida una arquitectura orgánica, en tanto, se orientan a la integración entre el mundo natural y el mundo humano. En la propuesta de Frank Lloyd Wright las estructuras arquitectónicas se deben asemeja a un organismo, que refleja la belleza y la complejidad de la naturaleza, integrándose en una composición unificada que se inspira en dichas estructuras naturales.

Podemos encontrar antecedentes muy antiguos de esta visión de la arquitectura, por ejemplo, en la Antigua China las construcciones se mimetizaban con su entorno, integrándose tanto con los movimientos del sol, el viento, la vegetación, las formas montañosas, los causes de agua, como también con la estructura socio-cultural de aquel entonces. Creando estructuras multinivel que se orientaban en coordenadas físico-espirituales que seguían fluidamente los movimientos de la naturaleza de modo que servían de guía moral para que los moradores se integraran armónicamente con ese ordenamiento.

En occidente tenemos al gran Gaudí como el más importante antecedente de esta tendencia. El maestro Gaudí se basaba en la estructura del cuerpo humano, de los árboles y otras formaciones naturales para crear ricos espacios interiores que inspiraba en los ocupantes profundas aspiraciones espirituales, así mismo desarrolló espacios públicos dinámicos que se transformaron en iconos de de identidad de la ciudad.



Como se ha visto, la arquitectura responde a la capacidad del ser humano para transformar los espacios físicos en lugares con significado y sentido. El espacio es básicamente un movimiento en potencia y el lugar es la concreción que hace el ser humano de ese espacio mediante su acción corporal e interacción social contextualizada (Yi Fu Tuan, 1977). Por lo tanto, el diseño arquitectónico o urbanístico debe ser entendido como un medio de legitimación de un orden social determinado y la construcción de dichos diseños se constituye, al mismo tiempo, en el mensaje, medio y contexto comunicativo donde se despliega el espíritu humano en sus diversas formas culturales.

Nuestras casas y ciudades son reflejo de nuestras almas, y como tal, se corresponden con un interjuego de subjetividades, donde los espacios fenoménicos y míticos se solapan. Basta considerar las profundas implicancias que tienen el sentido de un “interior” y de un “exterior”, de intimidad y exposición, de vida privada y de espacio publico, para el desarrollo espiritual de los pueblos. Tanto la construcción de espacios públicos abiertos, dinámicos e integrados, como la construcción de espacios privados, íntimos, e inspiradores que evoquen un aura de profundidad, transparencia e introspección, son reflejo de las más sinceras necesidades espirituales del ser humano.

Donde más intensamente se vive la espiritualidad de la arquitectura es precisamente en aquellos espacios que permiten conectar lo interno con lo externo. Por ejemplo, si estudiamos la obra de Tadao Ando apreciamos como lograba enriquecer los espacios interiores mediante una conexión fluida con los espacios exteriores, formando espacios sencillos que estimulaban la espiritualidad propia de cada cultura (Universidad de Monterrey, 2013). También observamos la conección entre lo interno con lo externo en la importancia que da la arquitectura sustentable al eficiente uso de la luz y la ventilación con miras a minimizar el impacto ambiental de los edificios sobre el medio ambiente y sus habitantes.

Otro aspecto donde se expresa la espiritualidad es en el diseño y uso de las ciudades. Muchas de las tendencias actuales, tales como  la nueva ruralidad, los programas de recuperación de barrios y el urbanismo emergente, confluyen en esta tendencia.

Existe cierto acuerdo entre los urbanistas que afirman que los elementos urbanos se encuentras integrados como un todo al igual que en un ser vivo. Lo que se debate actualmente, es si el diseño de las ciudades tiende hacia la extensión o densificación. Mientras que la densificación puede aumentar el hacinamiento y la complejidad social, la extensión urbana aumenta la segregación socioespacial (Sabatini y cols., 2013). Frente a la tendencia actual por crear megalópolis, Miguel Fisac propone la creación de redes simétricas de “moléculas urbanas” diferenciadas, que busquen mediante un urbanismo socializado el diseño de ciudades que logren un eficiente equilibrio con el medio ambiente.



Cada ciudad se puede componer una o varias moléculas urbanas. En el núcleo de cada una de ellas es necesario crear espacios públicos amplios y complejos que permitan diversos tipos de interacción humana en plena fluidez e interconexión. Seguidamente, la molécula urbana considera una corona de barrios residenciales y rurales que se  disponen intercaladamente en torno al núcleo  unidas entre ellas por eficientes sistemas de transporte (Arqués, 2011).

Se trata de una idea que logra una especie de síntesis entre la extensión y densificación. Antecedentes de esta perspectiva la encontramos en Cerdá, cuando llamaba a “ruralizad aquello que es urbano, urbanizad aquello que es rural”, además encontramos en este autor el primer intento serio por hacer un urbanismo integral que considerara una visión transdisciplinaria en la construcción de ciudades (Tort, 2006). Sin embargo, ante la monotonía urbanística de Cerdá, como diría Jane Jacobs (1961) lo que genera igualdad y justicia es la diversidad y la multiplicaidad de voces que se expresan en la construcción de una ciudad.

Por tanto, en primer lugar, hemos de abrir nuestras mentes y nuestro corazón para crear formas dinámicas, plurales e entegradas. Un buen ejemplo es la obra de Vincent Callebaut y Zaha Hadid que ha logrado crear conjuntos orgánicos de edificios, parques y patios interiores que se convinan en un programa mixto de oficinas, servicios públicos, comercio y entretenimiento, es decir, un conjunto envolvente de diversos espacios íntimos que se interconectan en forma contínua. Sin embargo, un buen diseño no asegura su trascendencia, de ejemplo ponemos la propuesta de Cerdá para crear plazas interiores y amplias vías e inter-vías que se encuentran plenamente vigentes, pero que fueron desestimadas en su época debido a la incomprensión y oportunismo de la gente. Para hacerla efectiva, se necesitan a lo menos dos factores, poner atención a la vida humana e participación informada de la población.

El destacado urbanista Jan Gehl (2006), nos recuerda que las ciudades no son un montón de edificios y calles, las ciudades son espacios de interacción humana y sus sistemas de vida. Nos llama entonces a poner atención a las necesidades y comportamientos humanos a la hora de planificar. Las ciudades tienen que ser habitables, saludables y sostenibles, por ello llama a privilegiar a los peatones, las ciclovías y el transporte público por sobre los vehículos particulares, tal como el agua, el desplazamiento humano va donde puede, por eso, si el transporte público funciona bien la gente va a utilizarlo, si los espacios públicos son de calidad la población los ocupará.


Estas ideas consideran factores humanos y técnicos, pero muchas veces se enfrentan a resistencias de parte de la población, de grupos económicos y político, por ello, aunque el urbanismo se desarrolla gracias a la acción centralizada de los urbanistas, arquitectos y diseñadores, estos han de guiarse por las instancias de participación con asociaciones público/privadas y redes interdisciplinarias. Aunque los planificadores pueden dar cierta estuctura a los proyectos, son finalmente las comunidades quienes le dan vitalidad, mediante el uso y apropiación de dichos espacios. Como explica Aravena (2014), el arquitecto debe traducir en formas las fuerzas de la vida (humana y natural) sintetizando en su diseño las complejidades del contexto, mediante diseños participativos y la coordinación intersectorial. Si la población comprende que las propuestas que se le entregan y el modo en que los proyectos incidirán en su calidad de vida, la de sus familias y las próximas generaciones entonces seguramente podrán tomar las mejores alternativas. 

BIBLIOGRAFÍA
http://vidaculturaycosmos.blogspot.cl/2017/02/bibliografia.html

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